domingo, 14 de septiembre de 2014

Diez días en la Ring Road

Este verano ha sido el turno de visitar Islandia. Soy fan de los países nórdicos desde niña, y éste ha sido el primero al que voy, ya que no me llevo bien ni con el mal tiempo ni con los precios tan caros que las señoras koronas imponen. No obstante, alguna vez tenía que ser, y he vuelto con la impresión de que ningún otro país podrá hacerle sombra a la belleza natural que he encontrado en Islandia.
El presupuesto ha sido sobre unos 1.500€, pernoctando en guesthouses y hoteles, aunque viendo que los camping se encontraban en los lugares más privilegiados, tampoco es una mala idea. Llevamos bastante comida deshidratada, frutos secos y snacks de España, y con eso y un par de compras de pan de molde en Bonus, nos solucionamos más de la mitad de cenas y comidas.
Hicimos la vuelta al país en el sentido opuesto a las agujas del reloj pensando que como el sur es más cansado, tendríamos más fuerzas para este tramo y el final sería más relajado. Llevamos un coche muy pequeñito en cuyo maletero apenas cabía mi maleta (Suzuki Splash gasolina. Algo más de 400€ por diez días), y esto determinó en parte la ruta, ya que con este coche no se puede circular pos las carreteras F y el sentido común te dice que no te metas en las de grava a menos que sea absolutamente necesario. De todas formas en diez días da tiempo a dar la vuelta básica al país. Dejarse las tierras altas es la excusa perfecta para volver en otra ocasión.

En el viaje tuvimos la emoción añadida del Bardarbunga, y es que justo después de embarcar en el aeropuerto de Barcelona, leí en la web de Islandia 24 que un volcán había empezado a dar signos de actividad. La noticia no deja indiferente teniendo en cuenta la que lió el del 2010 en el espacio aéreo.



Día 1


 Llegada al aeropuerto de Keflavik a unas horas intempestivas de la madrugada. Allí nos esperaba un trabajador de Faircar, la compañía donde alquilamos el coche, un frío inesperado, la niebla y un fuerte olor a mar. Nos dirigimos al airport inn para dormir. Se trataba de un lugar de paso pensado para los que llegamos a esas horas, ya que aunque no hay recepción, se accede con un código que te facilitan por email. Ya por la mañana, nos pusimos en marcha hacia Reykjavik. El trayecto es paisaje propio islandés, pues se trata de un gran campo de lava con algunos pequeños pueblos pesqueros. La entrada a Reykjavik es una zona bastante gris, con carreteras de varios carriles y algo de tráfico. Dejamos el equipaje en nuestra primera guesthouse algo alejada del centro y nos dirigimos a la ciudad. Aparacar en el centro funciona con parquímetros y el precio va por zonas, pero adentrándose un poco por las calles que rodean Tjörn, el lago, se puede aparcar cerca y gratis. 

El lugar más emblemático es la iglesia Hallgrímskirkja, bastante diferente a lo que estamos acostumbrados. No sólo por fuera, sino que su interior es sumamente austero y frío. Se puede ascender a la torre por 700kr y a diferencia de las catedrales habituales, ¡esta tiene ascensor!. El resto del centro histórico se puede resumir en dos calles y la zona del puerto. Un lugar interesante para descansar es el Harpa, donde nosotros aprovechamos para descansar y resguardarnos del frío. En la planta baja hay una cafetería y tiendas. Más arriba hay sofás con vistas a la ciudad a disposición de los visitantes. Este primer día sirve para ir tomando contacto con el país y empezar a comprobar la paz y la amabilidad de los islandeses. Un punto a su favor es que había gente recogiendo firmas por la calle en contra de la caza de ballenas. Tal y como me explicó el chico, es una incongruencia que te vendan una excursión para ver ballenas y luego las sirvan muertas en algunos restaurantes. De hecho, son muy pocos los islandeses que comen ballena de forma habitual y las tienen más como un reclamo turístico. Existe un lema "meet us, don't eat us" para fomentar las excursiones de avistamiento y desarrollar sensibilidad hacia ellas. Los restaurantes que tienen este sello en la puerta NO venden carne de ballena. Aunque a decir verdad, yo no vi ballena en el menú de ningún sitio al que entré.


                                             

 Hallgrímskirkja


 
En este restaurante no se sirve ballena


 Reykjavik, una ciudad "moderntage"





Día 2


 Comienza la ruta en sí. Este día era el turno para el famoso círculo dorado, que incluye Thingvellir, Geysir y Gullfoss. En cuanto se abandona la zona de Reykjavik comienzan a aparecer las ovejas y los caballos en un paisaje más verde y bucólico de lo que esperaba. Thingvellir es un Parque Nacional que comprende un valle en el que se puede observar la unión de las placas norteamericana y euroasiática. Supone un interesante paseo y el primer contacto con lagos (Tingvallavatn) y cascadas (Oxarafoss). 





Tras patearnos el parque, nos dirigimos a Geysir. Una pena que precisamente el géiser que da nombre a todos esté atrancado por culpa de unos turistas. En cualquier caso, el géiser Stokkur no defrauda y emerge cada 7 minutos aproximadamente. Lo cierto es que observar cómo el agua va adquiriendo la temperatura es hipnótico y tuvimos la suerte de ver una erupción triple que a todos nos sorprendió. 





Proceso de erupción del géiser.



Además del famoso géiser, el lugar es especial porque es un campo rojizo y humeante donde corren pequeñas corrientes de agua a altas temperaturas. Es muy fácil de identificar porque está al borde de la carretera. En la entrada hay un cartel en el que advierte del peligro de tocar el agua, ya que está realmente caliente, y recuerda a los turistas que el hospital más cercano se encuentra a 62km. Para que nos vayamos haciendo una idea de que la soledad es la indiscutible reina allí. Al otro lado de la carretera hay una cantina donde comer un sandwich y tomar café.


La siguiente parada fue para Gullfoss. Por suerte para nosotros, era un día soleado, que es cuando se aprecia mejor su belleza, ya que hay un arcoiris que hace de puerta de entrada. Esta catarata tiene una historia muy bonita, ya que si hoy en día podemos enamorarnos de ella es gracias a que Sigridur, la hija del antiguo dueño de la catarata, recorrió largas caminatas por Islandia e incluso amenazó con tirarse al abismo de la cascada si la convertían en una central eléctrica. A esta catarata se la puede fotografiar desde muchas perspectivas pues hay un sendero bastante largo desde el cual se puede observar esta maravilla de la naturaleza desde varios puntos.





  


¿He dicho ya que ver estos tres emblemas de Islandia y Europa es gratis? :)



Después de este día de emociones hicimos noche en un guesthouse de Reykholt y cenamos una pizza de mermelada y chili (suena raro pero estaba buena) en, probablemente, el único sitio que daban de cenar en el pueblo.


Día 3




 Este país ya estaba empezando a cautivarme y fue entonces cuando por fin sonó hoppípolla en el coche, en medio del campo, con ese sol brillante... Inolvidable! Este día seguimos de camino al Sur para dirigirnos en ferry a la isla de Vestmannaeyjaflugvöllur. Fue una pena no poder llevar el coche para habernos recorrido la isla, pero no había sitio. Lo suyo es reservar previamente. La otra opción era una excursión en barca alrededor de la isla para poder ver frailecillos, pero nos pusimos a hacer senderismo por los volcanes de reciente erupción (años 70). y echamos practicamente el día. Fue así como mi objetivo 18-55 tuvo su accidente y la fotografía quedó condicionada el resto del viaje. 











Ya de vuelta continuando por la N1 vimos la mágica Seljalandsfoss, una de las cascadas imprescindibles de Islandia, ya que puede ser atravesada por detrás y es toda una experiencia. Se encuentra coronando un campo que entonces estaba bañado por la luz dorada del atardecer, a los pies de la cascada había un arcoiris que practicamente se podía tocar. Sin duda, uno de los momentos más especiales del viaje.     

                  






Mas adelante, más cataratas, esta vez Skogafoss. Incrustada en rocas negras, aquí también es habitual un arcoiris pero ya se había puesto el sol. Subimos los más de 400 escalones que ascienden al lado de la catarata para poder ver el río y seguimos la ruta. 




No pudimos ver el viejo avión que hay frente a las costas de Vik porque los caminos de acceso eran bastante malos para el coche que llevábamos y además se iba haciendo oscuro. Llegamos al hotel Hofdabrekka (por fin con un baño privado) practicamente de noche y nos dimos un baño calentito en su jacuzzi mientras terminaba de oscurecer. ¡Nos lo merecíamos!


Día 4


 Después de asomarnos por las playas de Vik y con un tiempo de primavera, hicimos un trayecto que no deja indiferente a nadie, pues atravesamos el paisaje consecuencia del volcán Laki, que tiene una historia de lo más violenta. Con la erupción de ocho meses del siglo XVIII se produjo una nube que no sólo mató a gran parte de la población y ganado islandés, sino que afectó a las cosechas europeas llegando sus efectos hasta Japón. Fue además en este trayecto cuando empezamos a ver desde la carretera las lenguas del glaciar Vatnajokull, incrustadas entre las negras montañas. Absolutamente impresionante. 









La gran parada de la jornada la hicimos en el Parque de Skaftafell para ver la famosa cascada de Svartifoss. Esa cascada se encuentra a un kilómetro y medio del centro de visitantes, pero fuimos en pleno mediodía y a mí el camino se me hizo un poco "cuesta arriba". El sendero por el que se llega a esta misteriosa cascada está bastante resguardado del viento, por lo que es mejor ir ligero de ropa ya que el camino se hace pesado. Sin embargo, esta cascada también es un must-see y merece la pena el esfuerzo.






Continuando por la N1, más lenguas de glaciar y mi punto preferido de Islandia: el lago Jokulsárlón, donde fragmentos de hielo desprendidos del glaciar se dirigen hacia el mar recreando diferentes esculturas y proyectando los rayos del sol como cristales de Swarovsky. Aquí pudimos ver algunas focas y es, como muchos otros lugares de la isla, un pequeño universo para las aves.




Si la paz tuviera una imagen, sería este lago. No me quería ir de allí, pero iba oscureciendo y teníamos que llegar a Hofn antes de que cerraran los bares para comernos un bodadillo de langosta. Las vistas de nuestro hotel, el Glacier, con vistas a cuatro lenguas de glaciar, eran impresionantes.








Día 5


 El día central fue el más tranquilo de la ruta. La parte sur se puede dar por concluída y a continuación viene mucho coche por delante y algo más de soledad en el camino y en los lugares por visitar. El sol deslumbrante de los días anteriores dejó paso a algo de nubosidad, pero aún hacía muy buen tiempo. Tras abandonar Hofn, era el turno de concocer el este del país, configurado por fiordos. Más cascadas, más lagos, más mesitas para hacer picnic al borde de la carretera con vistas espectaculares, y el océano, que en todo momento acompaña a la derecha. 








Hicimos parada para comer en Strödvarfjördur y así visitar la casa-museo de Petra. Aquí encontramos una gran colección de minerales (y otros objetos). La casa es bastante peculiar y puesto que es un lugar de paso, merece la pena parar para verla. Este día fue un tanto raro pues mientras comíamos, unos islandeses que había en el bar nos dijeron que el Bardarbunga finalmente había entrado en erupción. En ese momento tuve sentimientos encontrados tipo: ¡qué bien, mis vacaciones se alargan! - ¡oh no! Más tiempo aquí nos sadrá muy caro y la ocupación hotelera es total, ahora, ¿qué?... Dios proveerá.
Seguimos por la N1, de manera que no visitamos los fiordos del noroeste, pero realmente lleva mucho tiempo recorrerlos y lo que más me llamaba la atención de la zona, los frailecillos, para final de agosto no estarían, así que nos dirigimos a nuestro hotel de ese día. Estaba bastantes kilómetros pasado Egilsstadir, y eran cottages en el más absoluto campo, al pie de una montaña con las cumbres nevadas. Pasamos la tarde allí tranquilamente pues los cuerpos ya nos pedían un descanso a gritos. Por su parte, Internet no decía demasiado sobre la erupción del Bargarbunda, al parecer no había sido para tanto.


Día 6


 Este día estuvo marcado por la improvisación. Tocaba dirigirse a Dettifoss pero la carretera 864 era muy mala para nuestro coche, de manera que seguimos adelante buscando la 862. Entonces vimos esto:









Debido a la posible erupción del Bargarbunda, el acceso a Dettifoss, la catarata más caudalosa de Europa y Sellfoss estaba cerrado por peligro de riadas. De hecho, se teme que si finalmente entra en erupción, el agua procedente del glaciar cambie drásticamente el paisaje. A pesar del disgusto, durante el trayecto habíamos podido disfrutar de un paisaje de otro mundo, fue como volver a los orígenes de la creación de la Tierra. La región del noreste según es atravesada por la carretera de circunvalación, es un área oscura, de tierra negra, escasa vegetación y relieve suave. Estoy segura de que si un ovni nos visitase, elegiría ese lugar para aterrizar. 







Ya que no podíamos acceder a Dettifoss, continuamos el trayecto y llegamos a la zona de Hverarönd y Krafla. La primera era un lugar de tierra rojiza con un pestazo a huevo que tiraba para atrás. Si bien es un lugar bastante fotogénico, el vendaval, la lluvia y aquel olor no invitaban a quedarse demasiado tiempo. 





En Krafla nos acercamos al lago Viti y aunque habría estado bien inspeccionar mejor la zona, el barro nos habría llegado hasta las orejas. Así pues, continuamos por la N1 con la intención de llegar a Husavik y avistar ballenas ese día. Por suerte, la lluvia paró, así que comimos en el Naustid y a continuación realizamos la excursión para ver las ballenas. Contratamos la más económica, que a diferencia de la otra, dura media hora más porque vamos en un barco más lento y cubre menos espacio. La ventaja es que, aparte de costar la mitad, es una experiencia como más auténtica y marinera, y además puedes moverte por el barco con total libertad (nunca sabes de dónde puede salir la ballena), mientras que los de la embarcación más rápida tienen que estar en todo momento atados con el cinturón a su asiento. La verdad es que observar a los gigantes marinos y algunos delfines en su hábitat, saliendo a respirar, en aquella bahía tan tranquila y rodeada por montañas con cumbres nevadas fue una vivencia maravillosa. 





Hicimos esa y la siguiente noche en Akureyri, debido a que en el norte no hay demasiado alojamiento y nosotros reservamos un poco tarde. 




Día 7


 Dedicamos la mañana a ver una de las cascadas más bellas de Islandia: Godafoss







A diferencia de otras, destacan sus aguas de color azul intenso. Esta catarata también permite ser fotografiada desde muchas perspectivas ya que el sendero la rodea y se acerca bastante a ella. Para comer hicimos picnic frente a la catarata, ya que esas vistas no se pueden disfrutar todos los días y después retrocedimos al lago Myvatn. Allí rodeamos el lago en coche y subimos al volcán Hverfjall. El problema es que el viento arriba era tan fuerte que no me atreví a dar la vuelta a la caldera.

Después del esfuerzo, y para reponerse, qué mejor que darse un bañito caliente en el Blue Lagoon del norte, los baños de Myvatn (3.500kr). Probablemente debido al fuerte viento no había mosquitos, aunque al mismo tiempo este viento hizo que el baño no fuese todo lo agradable que podría haber sido. Durante el baño escuchamos que habían abierto el acceso a Dettifoss, y por no hacer todo el trayecto otra vez al día siguiente, decidimos dejarnos el baño para ir a la catarata. Error. El camión-cerrojo seguía allí.



Día 8


 Por la mañana estuvimos paseando por Akureyri, la capital del norte. Diría que las viviendas son más estéticas que en Reykjavik, hay las mismas tiendas y poquito más. Nos llamó la atención que en esa ciudad cuando los semáforos estaban en rojo tenían forma de corazón. Normal que los islandeses vivan más felices y menos estresados. 




Continuamos nuestro camino por la N1 ya que adentrarse en los fiordos del noroeste requería mucho tiempo y kilómetros. Otra razón para volver. La Ring Road en esta zona discurre por valles glaciares. Aprovechamos que el día era básicamente de carretera para hacer fotos a ovejas y caballos. La verdad es que los caballos islandeses son súper sociales y posan gustosamente con y para el viajero.





 Llegamos al guesthouse de Hvammstangi, lugar famoso para ver focas, pero ya era tarde para eso, así que nos tomamos la tarde con tranquilidad.


Día 9


 Ya olía demasiado a retorno. Fuimos a Reykjavik por el camino largo, es decir, adentrándonos en la península de Snaefells, tierra misteriosa de donde proceden historias de trolls. Se ven cosas bonitas pero a pesar de ser una distancia no muy larga, supone muchísimo tiempo en coche y se hace pesado. Comimos en un pequeño e idílico restaurante en un acantilado y visitamos una playa negra con formaciones volcánicas muy llamativas. Aunque en la zona hay un glaciar, no llegamos a ver nada de él porque en agosto en esa zona no queda demasiada nieve, a no ser, claro, que te decidas a ascender por las carreteras de grava.





Tras la visita, tres horas de camino hacia uno de los platos obligados de Islandia: el Blue Lagoon. La verdad es que es un postre perfecto para concluir el viaje. Con la tristeza que tenía porque el viaje ya se acababa, la experiencia fue lo único capaz de animarme. La entrada más básica cuesta 40€ y los volvería a dar sin pensármelo. La verdad es que no había demasiada gente y hacía una temperatura muy buena. De hecho, ni siquiera tuve valor para adentrarme en la parte más caliente del lago. A diferencia de Myvatn, esto es más puramente un Spa, con sus chorros, sus baños de vapor, sus mascarillas de algas. Nos tomamos nuestra primera cerveza de Islandia, una Gull, mientras estábamos a remojo. Irónicamente era más barato que muchos bares. Nos fuimos de allí porque nos echaban, ya que de buena gana me habría quedado a pasar la noche. Un bañito relajante para compensar los esfuerzos senderistas de los días anterires. Colofón ideal. El problema con el Blue Lagoon es lo dañino que es para el pelo. Yo quería llevarme mi gorro de baño pero con el entusiasmo se me olvidó... intenté no mojarme el pelo demasiado pero es casi inevitable. Recuperarlo me costó una semana de uso intensivo de todo mi arsenal!








Por la noche dimos una pequeña vuelta por Reykjavik pero vimos que los bares eran tan caros que no entramos en ninguno.


Día 10


 Nuestras últimas horas en tierras islandesas. Para entonces el amor por ese país ya se había instalado en lo más profundo de nuestro corazón. Un país en el que cada instante que vives desde la carretera es digno de fotografiar, un país en el que el agua es pureza y gratis en cualquier bar, en el que los animales viven libres, hay café  en los bancos, en los supermercados suenan The National, Radiohead y Led Zeppelin. Si cenas en un fish & chips, escucharás a Leonard Cohen. La gente habla bajito, es amable y respetan tu espacio vital. 
Estas últimas horas las dedicamos al shopping y, tras mucho meditarlo, decidí comprarme un lopapeysa, el jersey típico. El precio medio es de 17.000kr, pero es una forma de llevarte una ovejita a casa!




Pasamos el día encomendándonos a San Bardarbunga para no tener que volver a España, al menos no tan pronto. Finalmente, no hubo suerte. En el aeropuerto reinaba la tristeza, y la sensación de que necesitábamos más Islandia. El tiempo allí voló, como lo hacen las cientos de aves que pueblan sus acantilados.


BSO del viaje:
- Sigur Ros
- Björk
- Neuman
- The National
- Radiohead
- David Gilmour
- Tame impala
- Spiritualized
- Joe Henry