lunes, 30 de septiembre de 2013

Somatoline caderas y vientre no me funciona

¿Para qué engañarnos? Por mucho que intentemos distanciarnos de la norma social, siempre hay debilidades en las que caemos. En mi caso, es la obsesión por perder algunos centímetros de la cintura.

Como norma general, como muy sano y además voy al gimnasio, pero la barriguita está ahí y pensé en darle un empujoncillo en forma de crema para acabar con ella. Por alguna razón, la marca somatoline me inspiraba confianza y cuando vi que había un producto específico para mi zona odiada, me hice con él.



El modo de aplicación es de dos veces al día durante cuatro semanas, y luego se dilata la frecuencia de uso como mantenimiento. Al aplicar se notan unos pequeños gránulos además de una sensación de efecto frío que te hace pensar que eso te tiene que estar haciendo algún efecto. Además, hay que lavarse las manos muy bien después de su aplicación porque se quedan "mentoladas" y si se te ocurre acercar las manos a un ojo o la comida, pagarás las consecuencias.

En teoría esta crema favorece la movilización de la grasa y ayuda a perder algún centímetro de cintura y caderas, aunque en el envase se especifica que esa pérdida de centímetros no manifiesta su efecto en una pérdida de peso. Si las cremas hicieran las sentadillas por nosotros, este mundo sería maravilloso, no?

En cualquier caso, yo me la he aplicado pacientemente durante el periodo indicado pero no he notado que haya perdido ninguna talla, y lo que es más, ni siquiera un poquito más de firmeza en la zona.

Quizá a otra persona cuya grasa sea de otro origen pueda funcionarle, no lo descarto, pero mi experiencia ha sido negativa. No obstante, entre tres o cuatro temporadas de uso he acabado el bote, porque después de gastarme unos 30€ que cuesta no iba a tirarlo, pero en ninguna de las ocasiones he obtenido los resultados esperados.

Así pues, no volveré a comprar este producto, y sinceramente, pasará tiempo hasta que vuelva a intentarlo con otro. Después de esto, tengo poca fe en que las cremas obren el milagro.



lunes, 16 de septiembre de 2013

DCODE Arena 2013

Hoy voy a hablar de mi experiencia en el festival DCODE de Madrid. Desde hace años soy asidua asistente a conciertos y festivales y es muy difícil que me vaya con mal sabor de boca de los mismos, porque de ser así, ya habría abandonado esta afición.

Los festivales que para mí son obligatorios son el SOS4.8 de Murcia, ya que la comodidad de estar cerca es un punto a su favor, y también el Lowcost de Benidorm, porque en verano no tengo nada mejor que hacer y siempre hay grupos que me llaman la atención. En cuanto a conciertos, dependiendo de cuánto me guste el grupo, estoy dispuesta a hacer desplazamientos más o menos largos, pero he estado en muchísimos conciertos en Murcia y alrededores y en bastantes ocasiones he ido a Madrid para ver a algunos de mis bandas preferidas.

El caso es que cuando la pasada primavera se anunció que Franz Ferdinand venían al DCODE de Madrid no lo dudamos demasiado y sacamos la entrada. Años atrás había visto a ese grupo y había flipado. 

Con toda nuestra ilusión, y con el gasto extra que supone la gasolina y el hotel, nos pusimos rumbo a Madrid el pasado sábado. La verdad es que no me había informado sobre el festival: no había visto planos, ni horarios con la duración de los conciertos o número de asistentes, pero como mis referencias festivaleras siempre son positivas, ni tan siquiera me había planteado estos detalles.

Cuando llegamos al recinto de la Complutense, bastante temprano, empecé a sospechar que tanta gente en la puerta haciendo botellón podía no caber en el festival. Entonces, finalmente vi los escenarios, que estaban literalmente juntos, de manera que compartían campo de sonido y campo para los espectadores. Claro, así, el concierto de Love of Lesbian, uno de los grupos que quería ver, estaba condenado a durar tan sólo una hora, lo mismo que el resto de conciertos a excepción de Franz Ferdinand, que duraría una hora y media.

La actuación de Love of Lesbian, al ser de día y cuya crítica dejo a los profesionales que estaban en el vip y podían concentrarse en aspectos musicales, transcurrió con la normalidad de cualquier concierto de ese grupo. Pero al caer la noche y empezar a llegar el mogollón me di cuenta de lo nefasta que era la organización del DCODE. Tuve que hacer cola para el baño durante 40 min, es decir, el concierto de Foals practicamente entero. Así, claro, las ganas de beber cualquier cerveza se disiparon y tuve que aguantar el resto del tiempo con una cocacola, pero lo cierto es que tenía sed.  además de las colas para el baño, habría que hablar de las colas para poder pillar comida, que por otra parte las opciones para los vegetarianos se reducían bolsas de gusanitos por el módico precio de 2,50€.

A medida que pasaba el tiempo, la basura empezaba a crecer desde el fondo del recinto, y para acercarse a por algo de bebida había que sortear cajas de pizza, pegajosos restos de comida y gente tirada por el suelo por aquí y por allá, porque sólo había contados y escondidos asientos donde la gente pudiera sentarse a comer. Así, no había espacio ni para comer ni para realizar un poco de retiro espiritual, ya que todo el campo estaba dedicado a los tres escenarios y pasear por allí era garantía de tener que sufrir choques con la gente. Porque esa es otra cuestión, por supuesto que habría gente normal y educada pero también había mucha juventud exaltada, drogada y/o simplemente asquerosa que parecía que disfrutaba colisionando con el resto de asistentes. Con este panorama yo ya me puse de mal rollo y el concierto de Vampire Weekend se convirtió en un trámite que tenía que pasar para que llegara el momento Franz Ferdinand interrumpido, además, por el sonido procedente del tercer escenario, ya que con la oreja derecha escuchaba a Toundra y con la izquierda a los Vampire. No obstante, tuve que tragarme el concierto de Amaral, que no es precisamente santo de mi devoción, pero allí estabas obligado a escuchar lo que te gustaba y lo que no. Por supuesto, no se podía abandonar el recinto y tampoco te daban la preciada pulserita para coleccionistas.

Para acabar, el concierto de Franz Ferdinand estuvo lleno de melocotonazos que podía haber disfrutado más, pero para esa hora mis chakras estaban totalmente dispersos y desalineados y  yo ya sólo pensaba en salir de allí. Por supuesto, no me planteo volver a ese festival. Contra todo pronóstico y después de lo que acabo de relatar, puedo decir que la del sábado fue una "noche eterna".

domingo, 8 de septiembre de 2013

Diario de viaje por el Adriático

El destino elegido de estas vacaciones ha sido Croacia: mi chico y yo lo veíamos como un país un tanto misterioso, mediterráneo y que no se escapaba a nuestras posibilidades.

Día 1

Como volar a Croacia es bastante más caro, volamos a Trieste, en Italia y allí cogimos un coche alquilado (W. Polo) que con Europcar salió bastante bien de precio. Enseguida conectamos el gps e intentamos salir de Italia, pero habíamos olvidado que había que atravesar las fronteras de Eslovenia antes de entrar en Croacia, con lo cual empezamos a ponernos nerviosos al no ver señales de Croacia por ninguna parte. Además, al no haber cambiado moneda en España, no quisimos coger la autopista por si no podíamos pagar los peajes. De modo que nuestro estreno en Croacia fue por carreteras estrechas, con curvas y bastante rurales por las que los indicios de humanidad eran escasos. No obstante, logramos llegar a nuestro primer destino, Rovinj, justo cuando caía la noche.

A pesar del cansancio, fuimos a dar una vuelta por la parte antigua de la ciudad, situada en una pequeña peninsula. El pueblo esta coronado por la colegiata de Santa Eufemia, y a su pies se entretejen multitud de callejones que dan al mar, a muros, a arcos... Todo un laberinto en el que perderse es una experiencia encantadora.


Día 2

Por la mañana quisimos hacer otro reconocimiento a Rovinj esta vez a la luz del día. La magia de la noche se mantenía en sus calles, llenas de ventanas, ropa tendida, olor a lavanda y grandes piruletas.






Hecha la pequeña ruta por la ciudad, cogimos el coche y nos dirigimos a Pula, porque aunque nos desviaba del resto de Croacia, Pula tiene un anfiteatro romano que no podíamos dejar de ver.
Aparcar en Pula fue un verdadero infierno. A la entrada a la ciudad había una larga de coches aparcados que nos hacía sospechar que ese era el mejor lugar para hacerlo, pero cuando quisimos dejar nuestro coche, ya no había sitio. Tuvimos que callejerar cuesta arriba y cuesta abajo con la psicosis de no rallar el coche hasta que finalmente, nos dimos cuenta que la forma de aparcar sería hacerlo encima de una acera como tantos otros coches. Así lo hicimos, aparcamos encima de una acera y sin pagar la zona azul.

Aunque Rovinj me gustó más, el anfiteatro de Pula (Siglo I) por fuera está conservado de forma excepcional y es impresionante. El casco antiguo de la ciudad también tiene calles llenas de bares y comercios además de vestigios romanos que merece la pena pararse a contemplar.



Comimos en Pula y decidimos ponernos en marcha hacia la próxima parada, pues al día siguiente íbamos al parque natural de Plitvice y hacíamos noche junto al parque.

Salir de Istria fue pesado, pero cogimos las autopistas y el camino era más llevadero. Eso fue así hasta que el gps nos indicó que dejáramos la autopista y empezó a adentrarnos por la Croacia profunda. Yo disfruté mucho del paisaje rural, lleno de pequeños pueblos con sus respectivas iglesias, pero aún nos quedaban muchos kilómetros por llegar a nuestro destino y los caminos eran cada vez más estrechos, irregulares y solitarios. Cuando empezó a oscurecer la carretera estaba inserta en un bosque espeso que no nos permitía adivinar que fuéramos a llegar a ninguna parte. Finalmente, empezamos a ver "apartmanis", pues ya estábamos cerca de Plitvice. El paisaje y el clima de pronto eran casi invernales y nosotros estábamos exhaustos. Cenamos en un restaurante de montaña cercano al hotel y empezamos a darnos cuenta de que la hostelería en Croacia es un asunto que va bastante lento.



Día 3

Este era uno de los días señalados, pues tocaba disfrutar de los lagos de Plitvice. Muy pronto fui consciente de que no había llevado la ropa adecuada, hacía bastante más frío del que yo pensaba. Nos pegamos el madrugón para poder disfrutar de algo de tranquilidad en el parque, pero la cosa se demoró porque olvidamos la mochila con la cámara de fotos, mis gafas, etc en el hotel y tuvimos que regresar. La verdad es que desde el hotel (House Marija, una casita de campo con flores en las ventanas) nos mandaron un mail avisando de que habíamos dejado la mochila. Todo un detalle.

Y luego ya, en el parque nada más entrar se puede ver el gran salto de agua de más de 70 metros. Escogimos el recorrido de subida en tren porque así bajábamos a pie. Buena elección. El parque es enorme, y está lleno de turistas, lo que dificulta la circulación. Es bastante difícil pararse a hacer fotos, especialmente buenas fotos, y esto es bastante frustrante porque allí la belleza es infinita.



Otra de las frustraciones aquí fue la ausencia de sol, y es que los reflejos del agua podrían haber sido más bonitos. En cualquier caso, algo me dice que en Plitvice el sol brilla por su ausencia, pues se halla en un rincón entre montañas. Casi todas las fotos que encuentro de este lugar han sido tomadas en días nublados.


Visto el parque, pusimos rumbo a tierras más cálidas, concretamente a Sibenik, otra ciudad costera. El apartamento, Krka Ivan, nos defraudó bastante, porque aunque nos había salido sospechosamente barato, nuestra reserva de booking decía que tenía baño privado y no era así. Además, estaba ubicado en un paraje que no tenía ni el más mínimo encanto, y había polvo en la habitación. Tampoco tenía aire acondicionado y en Sibenik hacía bastante calor.

En el centro de Sibenik pasamos parte de la tarde y la noche. Su catedral pertenece a la Unesco, y junto con su casco histórico, la ciudad vuelve a convertirse en una madeja de calles estrechas, escaleras insertadas dentro de una muralla con vistas al mar y a las islas.






Día 4

Turno para otro parque nacional, esta vez el de Krka, que corresponde a un río cárstico con cascadas. Después de informaciones que había leído por internet, pensaba que visitar Krka justo después de Plitvice me iba a decepcionar, porque para la mayoría de la gente, estos dos parques no son comparables siendo el beneficiado Plitvice. Para mí, no hay por qué compararlos, y cada uno de ellos tiene su propia belleza. A favor de Kraka tengo que decir que sí que brillaba el sol y además es posible bañarse a la orilla del río porque las temperaturas son bastante altas. A diferencia de Plitvice, en Krka hay algunas edificaciones (un molino, una antigua central hidroeléctrica, un monasterio, ruinas romanas...) que le dan un encanto particular y lo hacen muy difrente del anterior parque. 

       

   

Además, la luz permite apreciar fácilmente la variedad de flora del parque, y pasear por sus senderos es una auténtica delicia. Eso sí, mejor hacerlo temprano, antes de que apriete el calor y los turistas se agolpen.




Nosotros hicimos el recorrido que incluye la entrada básica. Para ver el convento, el monasterio y las ruinas que pertenecen al parque había que contratar excursiones opcionales que necesitaban transporte en barco y duraban bastante, así que las descartamos.


Nos pusimos camino a Ploce, que sería nuestro campamento base durante tres días. La ciudad de Ploce no tiene nada de particular, pero está situada cercana a nuestros dos siguientes objetivos: Mostar (Bosnia) y Dubrovnik.

Pero aunque Ploce no es precisamente la ciudad más bonita de Croacia, nuestro apartamento se situaba en un lugar idílico, frente a los lagos de Bacina. Aquella tarde nos tomamos una merecida siesta y por la tarde, sencillamente nos sentamos junto al lago a ver la puesta de sol. ¡Necesitábamos descansar!






Día 5


Para mí este era uno de los días más esperados y especiales. Una de las razones que me impulsaban este verano a ir a Croacia era poder visitar Mostar, cuyo centro histórico, por fotos, me tenía cautivada. No obstante, teníamos ciertos temores con si podríamos meter el coche alquilado en Italia. Para cruzar la frontera de Bosnia, lo primero que encontramos, fue una cola retenida media hora. Cuando llegamos al puesto de control no hubo problema: enseñamos la green card y nuestros pasaportes y ya estábamos en Bosnia. Cuando estuvimos mirando con qué compañía alquilar coche para poder entrar a Bosnia nos pudimos volver locos porque en principio no hay compañías que alquilando en Italia te dejen conducir por Bosnia. Para poder hacerlo, es necesario tener la "green card".



La carretera a Mostar no era especialmente mala. Simplemente era como una nacional de España. Lo cierto es que habíamos conducido por carreteras peores por Croacia. Sin embargo sí es bastante evidente que Bosnia es más pobre que Croacia. También se hace evidente la presencia musulmana, pues desde el principio se ven bastantes mezquitas.




Llegados a Mostar, nos daba algo de miedo decidir donde aparcar el coche pues estando fuera de los países permitidos, el seguro no nos cubre. Finalmente lo dejamos en un parking custodiado por unos ciudadanos de allí que además, se ofrecen a enseñarte la ciudad para ganarse unos euros.


La entrada al centro histórico, con tan sólo unas cuantas calles,  es capaz de evocar muchas sensaciones: de un lado del río está la parte cristiana, donde hay presencia de sus respectivos símbolos religiosos y por supuesto, como en el resto de la ciudad, edificios con signos de disparos, sin tejado y destrozados. Al otro lado del río, está la parte musulmana.




Y el centro histórico es la postal de un cuento que podría haber sido feliz, el cuento de la convivencia y el entendimiento, pero que tristemente fue escenario y símbolo de un capítulo más de la guerra de Yugoslavia.




Hoy, aún hay inscripciones en las que se lee "Don't forget 93" porque la herida sigue abierta, y es que el puente y sus alrededores fueron completamente destruidos en el 93. La reconstrucción fue realizada con la ayuda de la Unesco y organizaciones para la recuperación del Patrimonio de la Humanidad siguiendo los métodos originales de construcción e imitando incluso los defectos del puente original. 

Una anécdota divertida de este día fue que no sólo saltó del puente el experto saltador, sino que a tres espontáneos se les ocurrió que su momento de gloria estaba allí. Y los tíos, con un par de narices, saltaron. Este fue el día más caluroso del viaje, y el intenso calor dificultaba poder disfrutar del entorno. Casi entiendo a los tipos que saltaron. Querían refrescarse. Nosotros mientras nos hidratábamos con cerveza en una terraza con vistas al puente. En Mostar es posible pagar con euros y kunas casi en cualquier  parte.


A la vuelta a Croacia no había nada de cola en la frontera y llegamos a Ploce bastante temprano. Como queríamos aprovechar lo que quedaba de tarde, cogimos la Jadranska Magistrala, la carretera que recorre la costa y que es tan bonita como peligrosa, y fuimos a Makarska. Vimos este pueblo como el "Benidorm" de Croacia. Si bien tenía rincones muy bonitos, estaba plagado de gente en un ambiente muy veraniego en un sentido negativo. Probablemente, visitar ese pueblo en otra época del año causaría una sensación distinta. De todos modos, tomé algunas instantáneas que me dejarán bonitos recuerdos.




Día 6

Otro día señalado: turno para Dubrovnik. 

Para tomar fuerzas desayunamos en nuestro paradisiaco balcón frente al lago. El dueño del apartamento, al vernos desde el balcón, nos obsequió con un cuenco con higos. Allí los higos son algo muy común y me encantó poder probarlos. El melón que compramos allí también estaba riquísimo y nos quedamos con muchas ganas de probar unas enormes sandías que vendían en los cientos de puestos de fruta que había al borde de la carretera.

Para llegar conduciendo a Dubrovnik hay que atravesar la frontera de Bosnia, pues esta tiene unos kilómetros de costa. En ese trocito de costa hay un pueblo turístico, Neum. Lo que más nos llamó la atención de esta zona es que, justo enfrente de Neum, hay una isla que pertenece a Croacia y los croatas tienen una enorme bandera en la ladera de la montaña que da a la costa bosnia.

La carretera de acceso a Dubrovnik es la de la costa, así que toca armarse de paciencia y rezar por no llevar delante a ninguna tortuga y que a otro no le de por adelantarte peligrosamente.

Temíamos que aparcar de Dubrovnik nos costara tanto como en Pula, pero en absoluto. Fuimos un sábado y enseguida encontramos aparcamiento. Dentro de las murallas todo es peatonal, pero fuera hay mucho aparcamiento y además puedes meter tantas kunas como quieras para tener el coche aparcado sin preocuparte por qué hora es. 

Entramos a la ciudad bajando una calle empinada que comunicaba el exterior con el interior de la muralla. Enseguida estábamos en la calle principal, Placa, donde además una banda tocaba música medieval para ambientar aún más la situación. Aunque en Dubrovnik había mucha gente, tenían un ritmo más relajado que en Makarska y no llega a suponer un agobio. Sin embargo, los trabajadores de la hostelería nos parecieron algo más bordes que en otros sitios que habíamos estado, quizá porque en ciudades como esta están cansados de tantos turistas.








Aunque el tiempo no acompañaba, decidimos subir a la muralla, una visita obligada para tener una buena perspectiva de la ciudad. Entonces se puso a llover e hicimos una pausa debajo de un arco hasta que paró. Cuando volvió a salir el sol, el calor era intenso y recorrer la muralla entera se hizo pesado. Claro, era mediodía y agosto. Con todo, mereció la pena.







Después de comer y más comer, por la tarde contratamos uno de esos paseos en "glass boat". Cierto es que apenas entramos en ninguna iglesia o similares durante el viaje porque cobraban precios un tanto simbólicos por todo, y sin embargo nos gastamos 10 euros en una turistada como es lo del barco. Pero es consuelo de pobres, porque a los dos nos encanta eso de sentirnos sobre las aguas y entonces era todo lo que nos podíamos permitir. El barco te permite ver la muralla desde fuera un islote que hay frente a la ciudad.







Y en parte, por la distancia, en Dubrovnik echamos el día entero. Esa noche, la última en Ploce, intentamos cenar todo lo que nos quedaba de nuestra compra en Lidl pero fue demasiado hasta para nosotros.



Día 7

Último desayuno frente al lago, y la sensación de que el fin de nuestra aventura pronto acabará empieza a instalarse en nuestro ánimo. El día anterior llegamos hasta el punto más meridional de nuestra ruta y ya empezábamos a subir :(

Pero aún nos quedaban lugares bonitos por descubrir. La mañana estaba dedicada a Split, una ciudad con una infinidad de rincones de los que enamorarse. El casco antiguo es Patrimonio de la Humanidad, y fue erigida a partir del palacio del emperador Diocleciano. La herencia romana se hace patente a cada paso, desde la catedral románico-gótica rodeada por columnas romanas, hasta los arcos que se levantan en cualquiera de sus calles.




Y una de las cosas más típicas de Croacia: ropa tendida por doquier. Por alguna razón quedaba estético, con mucho encanto. La ropa tendida y las plantitas con flores de colores configuraban una estética propia en ese país.






Aunque Split es una ciudad portuaria bastante grande, y da la oportunidad de coger ferries hasta las islas, tuvimos que continuar nuestro camino por tierra hasta Zadar. Fue fastidioso dejar Split tan temrpano, porque en Split es gratis aparcar los domingos, y entre kuna y kuna ya habíamos gastado bastante dinero en aparcar.


Nuestro apartamento para esa noche estaba en Zadar, y si bien fue toda una odisea encontrar el apartmani Petra, la dueña resultó ser una mujer muy amable y el apartamento era muy mono, con vistas al mar. Descansamos un poco y nos dirigimos al centro de Zadar para patearla. Era nuestro último destino croata.

Una de las cosas más llamativas de Zadar es el órgano junto al mar, que no es otra cosa que una construcción por la que se cuela el aire emitiendo una cierta clase de melodía junto al mar. Aunque es realmente  curioso, había tanta gente que se hacía difícil disfrutarlo, sobre todo porque algo esencial habría sido un silencio que no había.

En Zadar, como en otras ciudades del norte de la costa, es evidente la influencia veneciana y es posible encontrar sus símbolos. Además, hay restos romanos, góticos, renacentistas y barrocos. 



Y esta noche, además, nos dimos el gustazo de buscar un rinconcito romántico donde darnos el homenaje culinario.





Día 8

Ya sí, tocaba decir adiós a Croacia. Pusimos camino a Eslovenia y el punto elegido para visitar fueron las cuevas Skocjan, también patrimonio de la humanidad. Nuestro acceso, una vez fuera de Croacia, fue por unas carreteras de nuevo un tanto rurales, con bastantes curvas y una lluvia torrencial. Además, no teníamos muy claro que la dirección que habíamos puesto al GPS fuera la correcta, pero al final, conseguimos llegar. 

No pudimos echar fotos de las cuevas porque estaba prohibido, me imagino que por no causar colapsos en el estrecho pasillo escarbado en la cueva. En las cuevas había estalactitas, estalagmitas, terrazas y un río que transcurre por el interior de la tierra. Un guía explicaba todo el recorrido, pero en un inglés tan absolutamente malo que no me enteré de apenas nada.


Después de las cuevas nos dirigimos a Italia. Aunque tenía muchas ganas de llegar para poder hablar italiano, me daba mucha pena dejar Eslovenia, porque nos alejábamos cada vez más de lo que habían sido las vacaciones.

El apartamento de Trieste, residencia San Giusto, me encantó. Era realmente grande y fashion pero la ciudad, en cambio, no tenía demasiado por ver. Hicimos un rápido reconocimiento nocturno en tanto que buscábamos dónde cenar y decidimos dedicar nuestro último día a Venecia ya que estábamos muy cerca.



Día 9
Tuvimos que planear movernos a Venecia sin poder informarnos por Internet porque el servicio de wifi no era gratis en nuestro hotel. Y sí, Venecia estaba cerca, a poco más de una hora en coche, pero... menuda hora! la autopista de peaje que comunica Trieste con Venecia es un tanto infernal. Aparte de costar 10€, tienes que sufrir un carril derecho que de forma  extraoficial pertenece a los camiones mientras que el carril izquierdo es para vehículos más ligeros. Sin embargo, los italianos parecen tener mucha  prisa al conducir y te van besando el culo, lo cual puede afectar bastante a los nervios. Cuando finalmente llegamos a Venecia teníamos que aparcar el coche. Un poco a la aventura, nos metimos en un edificio de varias plantas de aparcamiento y allí llegó el primer "zas en toda la boca". Aparcar en Venecia costaba 26€ por día, sin posibilidad de fragmentarlo en horas. 
Una vez dejamos  el coche, echamos a andar y nos perdimos por las callejuelas de Venecia, que fue bonito porque era temprano, no apretaba demasiado el calor y las hordas de turistas aún no habían colonizado la ciudad. Después de perdernos un poco más de la cuenta (no teníamos mapa), llegamos a San Marcos. Indiscutiblemente es un escenario único y bello, pero en esa plaza hay más gente que en todo Tokio, lo cual hace que su belleza se difumine. Además, un enorme cartel de Max Mara en el fondo de la plaza y los andamios sobre la Basílica terminaban de joder la postal. Después nos dirigimos a Rialto, que estaba igual de affollato y ya pensamos en buscar un lugar para comer. Yo sabía que Venecia era peligrosamente cara, pero nos alejamos un poco de esa zona y vimos un restaurante con un cartel: menu spaghetti/ macarrones al pomodoro 8.90€. Nos metimos allí. La bebida era bastante escasa, de manera que tuvimos  que pedir un segundo vaso. La pasta era simplemente con tomate, ni siquiera te daban el cacharrito con queso en polvo tan típico de Italia. La broma salió por 36€. Entonces, preguntamos a un gondolero aburrido cuánto costaba el paseo en góndola, y la respuesta era 80€. Era un precio fijo y al parecer bastante difícil de negociar. Si van seis personas puede salir bien de precio, pero para dos ya era demasiado, así que con todo nuestro pesar nos dejamos la gondolita para otra ocasión.








Entre esa locura de precios, el cansancio acumulado, el calor y la tristeza del último día empecé a venirme abajo y emprendimos el regreso al hotel.



Día 10

Madrugón para coger el avión. Fue fácil encontrar el aeropuerto que además es muy pequeñito. Embarcamos, despegamos, aterrizamos en Valencia.  Metro, aperitivo en la Lonja, Starbucks y tren a Murcia. Taxi. 10 de la noche, final de trayecto.