miércoles, 17 de junio de 2015

Vacanze romane

Hacía 16 años que le debía a Roma volver, para admirarla y disfrutarla como se merece.

Visitar Roma es estar cerca de muchas de las obras de arte más importantes de la historia, con la característica de que están en su emplazamiento original, están donde desde un principio el artista las concibió.

Viajar en el puente de la Región fue una buena idea porque los vuelos  están más económicos que en otras épocas, y por menos de 300 euros he disfrutado de un fin de semana maravilloso. Además, y en teoría, no debería hacer calor de verano, pero en Roma lo hacía. No pasa nada, a Roma se lo perdono.

Me preparé el viaje leyendo Un otoño romano, de Javier Reverte y haciendo una revisión de La grande bellezza, la película reciente que más me ha gustado en mucho tiempo.


Sabato

Io e il mio amore  partimos el sábado desde el aeropuerto de Valencia, con tres horas de retraso. Volábamos con Alitalia y después de dos horas de retraso tuvieron el "detalle" de darnos un bono por valor de 7 euros para comer. Encima tenía que ser en un restaurante determinado, ni siquiera podía ser en Starbucks. Perder tres horas de Roma es perder mucho, fue perder un atardecer en Roma, una Peroni con vistas.

Cuando llegamos a Roma no había nadie para abrirnos en el B&B, porque claro, no contaban con nuestro retraso. Perdimos otros 20 minutos en que la dueña viniese a abrirnos... ¡y menos mal que pudimos contactar con ella! Dejamos las maletas en la habitación y salimos ansiosos a recuperar el tiempo perdido. Salimos andando desde el hotel, por Termini, hacia el centro. La primera parada fue la Fontana di Trevi, que estaba vallada, andamiada y vacía. ¡Y eso que sacan 3.000 euros al día! Seguimos paseando hasta llegar al templo de Adriano, del que se conservan 11 majestuosas columnas. Pero lo que me hizo empezar a sentir el síndrome de Stendhal fue el grandioso Panteón. Era de noche, estaba cerrado y tuve que esperar para ver su cúpula, pero su exterior es más que suficiente para hacerte respirar profundo, guardar silencio  y sumergirte en su grandeza. Después de eso, seguimos viendo cosas del centro por la noche, entre callecitas con restaurantes con manteles de cuadros. Pero nosotros, por si el día había sido poco, compramos un trozo de pizza per portare via y nos lo comimos en una esquina cualquiera mientras observábamos los giros imposibles que hacían los taxistas y demás imprudencias de los conductores. Seguimos paseando por Piazza Navona y Piazza dei Fiori hasta llegar  a Piazza Venezia, y de ahí a la columna Trajana, el foro de Trajano y finalmente anfiteatro Flavio y arco de Constantino. El Stendhal por todo lo alto, y es que, como dijo mi chico a los pies del Coliseo, "2000 años de historia nos contemplan". Para ser la primera noche, no estaba mal el pateo, y de ahí volvimos hacia el hotel a descansar.


Domenica

El día ya se prometía caluroso, pues no nos estresamos para madrugar y cuando viajamos, rara vez conseguimos salir de la habitación antes de las 11. Encima, en Italia el sol viene a funcionar como si fuese una hora más que en España. Cogimos el metro y al salir de la estación, las vistas eran estas:





Resultó que ese día era gratis entrar al Coliseo, por lo que las colas, bajo un sol de justicia, eran interminables. Así pues, prescindimos del anfiteatro y sí que entramos al Palatino. El mediodía no era el mejor momento para disfrutarlo, ya que ni la temperatura ni la luz son las mejores, pero como los monumentos cierran bastante temprano, hay que aprovechar cada minuto.










Después del Palatino, ya sí, era el momento mágico para entrar al Panteón. La cúpula del Panteón, como pocas otras obras, merece el adjetivo de "maestra", pues sirvió de inspiración a otros arquitectos posteriores. Será el halo de luz que entra por su óculo cenital, pero causa una sensación especial, muy especial. Parece un beso de los dioses que fuese acariciando el interior del templo. Lejos de cualquier mundanidad, es una luz que, a pesar de los turistas, provoca un silencio interno y una conexión trascendental con la belleza. 








Este momento merecería ser eterno, o al menos, dedicarle el suficiente tiempo, pero había que seguir el recorrido marcado. Volvimos a pasar por la Piazza dei Fiori, donde estaba el mercado. La siguiente parada fue la galería Spada, para ver la particular perspectiva de Borromini. Claro, al ser una perspectiva y estar acordonada, es difícil vivir esa obra. 






Tras saludar a un simpático gato que dormía la siesta allí, cruzamos el río y callejeamos por el Trastevere hasta encontrar un sitio en el que comer donde no nos clavaran. Elegimos uno de tantos, y nos estrenamos con los fiori di zucca, ¡deliciosos!. 





Al salir del restaurante, el sol abrasador se había convertido en una lluvia primaveral que nos mantuvo parados un rato. Volvimos a acercarnos por piazza Venezia para subirnos al asencesor del Vittorio Emmanuele, pero 7 euros nos pareció algo caro. Nos quedamos un rato sentados junto a la columna Trajana, porque el dolor de pies era bastante acusado y volvimos a recorrer parte de los foros. Volvimos un rato al hotel para hacer un merecido descanso y poder disfrutar de la noche.



Algunos romanos viven en lugares privilegiados




El cielo sobre Roma


Nos dirigimos a la Piazza Spagna y nos echamos una Peroni sentados en las escaleras mientras se hacía de noche. Cuando quisimos coger el metro de vuelta, resultó que (inesperadamente) ya estaba cerrado, y tuvimos que darnos otro buen pateo para encontrar una parada de autobús que nos llevara a Termini. 



#abuelospoperos



Lunedì


La siguiente jornada era para visitar los museos Vaticanos. Menos mal que habíamos reservado por Internet, porque no tuvimos que hacer nada de cola para entrar. El problema estuvo dentro, ya que nuestra llegada coincidió con la de un crucero (¿cuánta gente cabe en un costa cruceros? mucha más que en un museo) y tuvimos que recorrer el museo esquivando gente. Casi se me escapa el Laocoonte, al que tuve que ver de lado, pero es que entre el calor y toda la gente que había, no se podía ni respirar. Yo habría dicho que esas temperaturas derritirían cualquier obra de arte y pensaba que en los museos había aire acondicionado. Qué ilusa. Un momentazo por el que las adversidades valieron la pena fue contemplar La Escuela de Atenas y, por supuesto, la Capilla Sixtina. 






¿Cuándo han dicho que prohíben la banderita de los (piiiii) en los museos?







Visto esto, queríamos huir de la zona conquistada por los del crucero y volvimos al centro de Roma para ver el Moisés en San Pietro in Vincoli, la Domus Aurea y de ahí,  a la Plaza de España para buscar el cafe atelier Canova Tadolini, donde por 4,80 puedes tomarte un café cappuccino rodeado de esculturas.  Seguimos hasta la Piazza del Popolo y otra vez al Vaticano para ver la Plaza de San Pedro






Se empezaba a formar tormenta de nuevo y fue una pasada ver la cúpula de San Pedro bajo un cielo gris con rayos y relámpagos.





 Finalmente pudimos entrar en la Basílica (por ahí decían que había que pagar, pero no), que es cualquier cosa menos humilde. Parada obligada, la Piedad, y ganas de llorar al ver gente haciéndose selfies delante de tan magna obra. Sin nisiquiera mirarla," selfi pal feisbuk y a seguir palante". Eso sí es grave, y no que vayamos en tirantes con 32 grados. 




Tras abandonar el estado Vaticano, un paseo hasta el castello de Sant'Angelo, y el maravilloso puente que tiene enfrente y que me gustó tanto como la primeza vez que lo vi. 





Ya estábamos apurando los ticks en Roma. Nos dirigimos al Ara Pacis pero por poquito ya estaba cerrado. Bordeamos el mausoleo de Augusto y emprendimos regreso al hotel. Nos habíamos ganado una cena en condiciones y por supuesto, ¡nuestro primer y último gelato!



Y a pesar de haber aprovechado el tiempo al máximo, se me quedó alguna espinita clavada por ver: el Éxtasis de Santa Teresa, las Catacumbas,... pero siempre hay que dejarse algo, y a Roma tengo la certeza de volver.



Dos días intensos, de calor y dolor de pies, pero de una belleza inconmensurable. Roma me hizo revivir, como ningún otro lugar, mis 18 años cuando estudiaba historia del arte, y es que no hay lugar que concentre más historia y más arte por kilómetro cuadrado. Con todas sus leyendas, su historia, sus ruinas, sus cúpulas, la belleza de sus esculturas, el caos de sus calles,... lo místico y lo profano son dos caras de una moneda que es Roma, la ciudad a la que todos los caminos han de llevar. Porque quien no ha visto Roma, no ha visto nada.




La banda sonora de este viaje, una hermosa canción que apareció en Spotify un día antes de irnos. Tan bonita que sólo merece ser escuchada allí.



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